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Rescate de Chipre: Nicosia y Bruselas culpables




Michael Sarris, Ministro de Finanzas de Chipre



Chipre se ha convertido en el quinto país de la eurozona en necesitar ayuda financiera internacional, después de Grecia, Irlanda, Portugal y España. Pero a diferencia de los casos anteriores, los clientes nacionales y extranjeros de los bancos chipriotas deberán contribuir al rescate para evitar la quiebra del sistema bancario y del propio país. La cifra total del rescate parece pequeña, 10.000 millones de euros, pero dado el diminuto tamaño de la economía del país (862.000 habitantes y un PIB de 17.800 millones) es descomunal. Para captar la dimensión real de ese rescate, la cifra equivaldría a 586.000 millones en el caso español si el Gobierno hubiera necesitado una ayuda de la misma proporción.

Esto permite comprender el tamaño del desastre y la inevitabilidad de la tasa impuesta a los clientes de los bancos de entre el 6,75% y el 9,9% de sus depósitos. Sin esa tasa, que se compensará con acciones de los bancos, la ayuda internacional habría tenido que ser de 17.500 millones, equivalente al PIB de Chipre. Es decir, como si España hubiera necesitado un rescate imposible de 1 billón de euros. La tasa a los depositantes resulta un coste leve, teniendo en cuenta que estos bancos chipriotas ofrecen unos tipos de interés en los depósitos que van desde el 4,5% al 6,6% para cantidades superiores a 1.000 euros a un año de plazo. Y más teniendo en cuenta que sin rescate los bancos quebrarán.

La novedad de sacrificio impuesto a los depositantes está ocultando, una vez más, la responsabilidad de quienes han permitido que se llegue a esta situación tan desastrosa. Los responsables en ese caso son las autoridades chipriotas y como en los demás la Comisión Europea.

Los sucesivos gobiernos chipriotas no sólo no han hecho nada a lo largo de la última década para evitar que el sector bancario del país se convirtiera en un monstruo sobredimensionado de pies de barro, cuyos activos suman más de ocho veces el PIB nacional, sino que por el contrario han alentado ese desarrollo hipertrófico para consolidar la isla como paraíso fiscal y plataforma de penetración del capital ruso en la eurozona, por no hablar de las reiteradas acusaciones de su actitud laxa hacia el blanqueo de dinero de la banca chipriota.

La Comisión Europea, tan rauda en las críticas a posteriori y en reclamar recortes en los derechos de los trabajadores, ha mostrado una vez más su complacencia con el sector bancario y los poderes financieros. Desde el ingreso de Chipre en la UE en el 2004, el Ejecutivo comunitario no ha adoptado ninguna medida efectiva, ni ha exigido una reducción del tamaño de la banca chipriota hasta que ha estallado el problema, al igual que prefirió mirar hacia otra parte mientras la bomba de relojería griega se estaba cebando.

La Comisión Europea, a quien no le tiembla el pulso para imponer sacrificios a los trabajadores, se muestra blanda con el sector bancario hasta tal punto que el Parlamento Europeo tiene que endurecer sistemáticamente todos los proyectos de ley que presenta sobre el sector financiero debido a lo poco exigentes que son con las empresas del sector. No hay que olvidar que el presidente de la Comisión Europea, el conservador José Manuel Durao Barroso, a pesar de sus actuales discursos, se opuso con firmeza durante años al establecimiento de regulaciones financieras que pusieran coto a los desmanes del sector bancario y defendía con vehemencia la desregulación que llevó a la crisis financiera del 2008 y de la que aún no nos hemos recuperado.

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