Las medidas adoptadas para afrontar la crisis
financiera y las dos recesiones que siguieron en Europa, los duros ajustes
impuestos desde Bruselas y las promesas electorales incumplidas muestran que la
democracia se ha convertido en más aparente que real, subrayan destacados
sociólogos y politólogos, como Colin Crouch, Wolfgang Streeck, Henry Farrell,
Wolfgang Merkel y Jürgen Habermas.
Los elementos formales de la democracia se
mantienen y los ciudadanos votan regularmente. Pero al final las decisiones son
cocinadas por una elite estrechamente vinculada a las grandes corporaciones y
al sector financiero y la política socioeconómica que se aplica es la misma
agenda neoliberal, independientemente de quien gane las elecciones, señala Colin Crouch,
profesor de la Universidad de Warwick y autor de 'Post-Democracy'.
Wolfgand Streeck, director
del Instituto Max Planck para el Estudio de las Sociedades de Colonia, suele
referirse a la "democracia fachada", "una cáscara vacía, un
ritual formal", donde los votos no sirven para modificar la política
económica, mientras que Habermas en su reciente libro 'The Lure of
The Technocracy' enfatiza el aspecto tecnocrático de la toma de
decisiones económicas en la UE, que se sustrae a la participación política
ciudadana.
En la posdemocracia, la política está controlada
por unas élites que explotan las técnicas de marketing y que eluden tener que
responder por sus decisiones, mientras que los ciudadanos son meros sujetos
pasivos, precisa Crouch. Desde el poder se afirma que las decisiones son por el
bien de todos, porque todos tienen los mismos intereses, "pero eso es
falso", destacaba el historiador británico Tony Judt. "Los ricos no
quieren lo mismo que los pobres. Quien depende de su trabajo para vivir, no
quiere lo mismo que quien vive de los dividendos y las inversiones. Quien no
necesita servicios públicos, porque puede comprar transporte, educación y
protección privada, no busca los mismo que quien depende exclusivamente el
sector público", explicaba Judt.
PÉRDIDA DE INFLUENCIA CIUDADANA
La pérdida de influencia política ciudadana se ha
visto favorecida por la destrucción del empleo industrial en Europa desde la
segunda mitad de los 70, el debilitamiento sindical y el mayor empleo en los
servicios, con una población menos cohesionada, con menos identidad y menos
capacidad de plantear demandas políticas, explica Crouch.
La sucesiva supresión de las regulaciones
económicas y financieras, las privatizaciones de empresas y servicios públicos
y el abrazo de una globalización sin cortapisas por parte de los gobiernos a
partir de los 80 han debilitado la democracia en Europa, señalan Crouch y
Steeck. Esto ha impulsado al desarrollo de grandes corporaciones, operadores
financieros y una élite transnacional, que gracias a la liberalización
financiera pueden mover sus riquezas a paraísos fiscales. Debido a la
globalización y desnacionalización, las grandes empresas y los operadores
financieros han dejado de estar subordinados a las decisiones políticas
democráticas nacionales y gracias a la riqueza acumulada y a su poder de
presión son ahora quienes imponen sus reglas a los gobiernos y a la UE, añaden
Crouch y Streeck.
Ante el debilitamiento de la capacidad de actuación
de los gobiernos nacionales, la Unión Europea (UE) como estructura
continental podría haber actuado para contrarrestar los excesos de la
globalización y desnacionalización empresarial para devolver un control
democrático sobre la economía y las decisiones económicas, indica Habermas.
A COSTA DE LA MAYORÍA
Por el contrario, la UE desempeña un liderazgo en
socavar la democracia mediante la imposición tecnocrática de la política
económica, el abandono de su dimensión social, las cláusulas en los acuerdos comerciales
que negocia, la política de competencia que impide una inversión pública
empresarial, la jurisprudencia mayoritariamente neoliberal que dicta el
Tribunal de Justicia Europeo y la eliminación del control democrático sobre
instituciones clave declaradas independientes, como el Banco Central Europeo
(BCE), que ni siquiera tiene como prioridad velar por el crecimiento y el
empleo, a diferencia de la Reserva Federal de EEUU, coinciden Crouch, Streeck y
Douglas Voigt.
En esta posdemocracia no es de extrañar, por
tanto, que "el salvamento de los bancos de sus propias fechorías se haya
realizado a costa del resto de los ciudadanos", que han tenido que sufrir
los recortes de gasto público asociados a la crisis y las contrapartidas
impuestas en los rescates, recuerdan Crouch y Streeck.
El artículo fue publicado por primera vez en El
Periódico, en la edición del 29 de octubre de 2016
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