El Blog de Eliseo Oliveras sobre política internacional. Una mirada crítica y sin compromisos desde la capital de Europa sobre las claves, el funcionamiento y los entresijos de la Unión Europea (UE), de la OTAN y de sus estados miembros.

Lecciones de la crisis libia


El ministro francés de Asuntos Exteriores, Alain Juppé, y la 'ministra' europea de Asuntos Exteriores, Catherine Aston


La crisis en Libia está lejos de resolverse, pero los casi dos meses transcurridos desde el inicio de la protesta popular contra el régimen autoritario del coronel Muamar Gadafi permiten ya extraer algunas lecciones sobre la estrategia político-militar de la Unión Europea (UE) que pueden ser extrapolables a otras crisis internacionales.

Primero. La diplomacia declarativa no sirve para nada, sólo tranquiliza la conciencia de quien las emite. Las puras declaraciones de condena de la represión del régimen de Gadafi que emitió inicialmente la UE no tuvieron, ni podían tener ningún resultado práctico, porque no iban acompañadas de medidas de presión adecuadas para intentar detener esa represión.

Segundo. Cuando se declara públicamente que un régimen es ilegítimo y ya no puede seguir dirigiendo un país, como hizo posteriormente la UE con Gadafi, hay que estar dispuesto a adoptar de inmediato todas las medidas políticas, económicas e incluso militares necesarias para derribar ese régimen y a apoyar activamente a la oposición de ese país por todos los medios posibles sin escatimar recursos. Si no se está dispuesto o preparado para ello, es mejor entonces no romper las relaciones diplomáticas con ese régimen e intentar influir en el mismo a través de incentivos económicos y políticos.

La UE puso contra el muro al régimen de Gadafi, pero luego no adoptó medidas contundentes adecuadas para empujar su caída. Incluso, la adopción de sanciones económicas se produjo con una enorme lentitud.

Si no hubiera sido por la firmeza de Francia y Gran Bretaña, que se movilizaron para obtener un aval de la ONU para una intervención militar limitada en Libia, las fuerzas de Gadafi hubieran barrido a la población rebelde y hubieran llegado hasta la frontera egipcia. Entonces, la UE hubiera emitido una vez más una declaración de condena inútil, pero Gadafi se habría consolidado en el poder y la revuelta popular habría sido aplastada, lo que a su vez habría enviado una señal demoledora para las esperanzas de democratización en el mundo árabe.

Basta recordar que el primer ataque aéreo francés en Libia el 19 de marzo se produjo para evitar la inminente caída de Benghazi, el último bastión de los rebeldes, después de que las fuerzas de Gadafi hubieran recuperado una tras otra la mayoría de las ciudades rebeldes ante la pasividad de la UE..

Tercero. Cuando se decide una intervención militar, como en el caso actual de Libia, hay tener previamente una estrategia política clara de los objetivos a corto, medio y largo plazo que se quieren obtener y los medios que se está dispuesto a utilizar para ello. Esta estrategia es la gran ausente de la intervención en Libia y explica los vaivenes de las operaciones.

La intervención se ha iniciado oficialmente para proteger a la población civil, pero el objetivo político real debería ser hacer posible el derribo del régimen de Gadafi por su población, ya que la UE y la comunidad internacional no pueden permitirse que se perpetúe en el poder un líder al que se ha decidido acusar de crímenes contra la humanidad y al que el Tribunal Penal Internacional de la ONU está preparado su imputación.

La ausencia de una estrategia clara explica que los ataques de la OTAN no hayan sido más contundentes y no hayan destruido con más intensidad y rapidez las capacidades militares de Gadafi para precipitar su caída. Esta falta de una estrategia elaborada también explica el escaso apoyo político, económico y logístico a los rebeldes. La UE y la OTAN están simplemente reaccionando día a día la evolución de los acontecimientos sobre el terreno sin un plan claro a largo plazo.

Cuarto. La crisis ha demostrado que la ministra europea de Asuntos Exteriores, Catherine Ashton, no es la persona adecuada para este cargo tan importante y en el que se habían puesto tantas esperanzas. En lugar de diseñar y promover una política exterior adecuada para los intereses de la UE y de convencer a cada uno de los 27 países de respaldar esa política, Ashton se ha limitado a convertirse en el portavoz de Exteriores de la desunión de los Veintisiete.

La falta de visión global internacional y geoestratégica, de coraje político y de iniciativa de Ashton quedó patente desde el inicio de la revuelta árabe en Túnez, se agravó en la crisis de Egipto y se ha transformado en un desastre en la actual crisis de Libia. Ashton incluso prefirió enviar una delegación a Trípoli en medio del conflicto en lugar de enviarla a Benghazi.

Ashton ha optado por la actitud pasiva de asumir el mínimo común denominador de la división de los Veintisiete, en lugar de actuar hábilmente para sumar voluntades alrededor de una política exterior europea coherente, como hacía su antecesor en el cargo, Javier Solana, con muchísimos menos medios a su disposición. Han tenido que ser Francia y Gran Bretaña quienes asumieran ese papel de movilizar a la UE y a la comunidad internacional.

Si Ashton no cambia radicalmente su actitud, la política exterior europea seguirá siendo la suma desorganizada de los intereses divergentes de los Veintisiete, sin cohesión y con limitada efectividad e influencia a nivel internacional. 

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